Monday, August 7, 2006

Oigame no!

Me acabo de dar cuenta lo apegada que estoy a las cosas materiales y como vivía ignorándolo (peor aún). Vivía convencida que mis únicas prioridades eran la salud y la armonía (entre otras cosas, como pagar la hipoteca, por ejemplo) pero no era más que un desgraciado error. Lo que me queda de consuelo es que ahora me conozco un poco más y eso me permite ahondar en mis carencias.
Y todo esto viene a cuento de la "gran tragedia" que experimenté hace algunos días. Mis maletas no llegaron.
Después de un accidentado viaje de más de 24 horas en compañía de dos niños menores de tres años, con boletos pagados dos veces, cancelación de asientos asignados y retrasos de más de tres horas en los vuelos; al volver al lugar de encuentro, compruebo con incredulidad que mis maletas habían tomado rumbo desconocido.
A esas alturas mi nivel de tolerancia estaba en niveles minímos. Sin aplicar el más menor atisbo de inteligencia emocional, me refugié en mi coraje y clamé a los dioses del Olimpo por su evidente abandono. Como me había ausentado del hogar por más de un mes, prácticamente toda mi ropa y la de los niños se encontraba en aquellos pedazos de plástico y sucedáneo de piel. ¡Oh! el mundo se nos viene encima y además nosotros sin tener nada decente para recibirlo.

A los diez días, cuando la esperanza se había extinguido casi por completo, cuando se habían completado las cinco (o seis o siete, no recuerdo bien) etapas del duelo, aparecen las benditas en medio de la incredulidad de los testigos.
Cuando estamos en medio de la guerra entre Israel y el Líbano, cuando Fidel Castro a lo mejor deja el poder ( a lo mejor, repito) y cuando AMLO hace camping en el Zócalo, a mí no se me ocurre preocuparme por otra cosa que no sean mis cosas, por el simple hecho de ser mías.
Verdaderamente es para reflexionar.